Por Ricardo Bajo
Doña Hermenegilda no se pierde un partido de Always Ready en Villa Ingenio, ni siquiera necesita compañía para alentar a la «banda roja» desde la tribuna norte del Estadio Municipal de El Alto.
Ella va/baila sola. Cuando Rodrigo Ramallo anota un gol frente a Universitario de Vinto (hace siete días) no se da cuenta de que Hermenegilda Barrera Quispe aplaude efusivamente desde las gradas, tan emocionada como el delantero del CAR.
Se dará cuenta en la noche cuando vea las imágenes del «match» en la televisión. Entonces Ramallo se imagina que su abuela, que ya no está, ha vuelto para aplaudirle, para festejar con él.
«Rodrigol» inicia una búsqueda en las redes sociales y publica este texto:
“Un aplauso con sentimiento vale más que el oro. Ya te encontraré bella abuelita. Ayúdenme con el paradero de esta bella señora”.
Pasan los días y doña Hermenegilda no aparece hasta que su hija da cuenta de su identidad.
Este «cuento de hadas» futbolero continúa siete días después:
El capitán Ramallo salta a la cancha de la mano de doña Hermenegilda, rodeada de sus ídolos albirrojos, posa con el equipo, como si fuera la estrella.
El delantero entrega un abono para todo el año y la camiseta firmada por todos; recibe el cariño, ese cariño que ella regala todas las tardes.
La siguiente imagen es puro hechizo: Ramallo mete el primer gol a los doce segundos, como tocado por la providencia, como «bendecido» por su «bella abuelita», como protegido por sus ancestros.
«Rodrigol» no duda, corre para celebrar junto a ella, doña Hermenegilda y sus polleras son un talismán. El fútbol no es un juego, es magia.