Por Guido Alejo (*)
“No hay nada que festejar” suele ser una frase cotidiana en las distintas efemérides regionales y nacionales, y es un pensamiento que se hace presente en el Bicentenario del Estado dada la crisis multidimensional vigente, sin embargo, en nuestras limitaciones contextuales y tomando en cuenta nuestro recorrido histórico, el país está cambiado hacia una sociedad más justa e inclusiva.
El principal detalle, es que estos cambios son más notorios en la población que históricamente estuvo más relegada y excluida, más allá de las clases altas y medias tradicionales cuyas visiones suelen ser muy difundidas y también pesimistas. Tomando en cuenta la dinámica del ámbito popular, se pueden identificar múltiples elementos que muestran una transformación propositiva.
UN PÁIS CON AJAYU ANCESTRAL
En Bolivia ya no opera “un desaparecimiento lento y gradual de la raza indígena (…) herida de muerte” como indicaba un informe del Censo General de 1900, sino una dinámica clara de ascenso y disputa de espacios que fueron exclusividad de los “no indígenas”. Bien ello tiene sus luces y sombras tomando en cuenta que seguimos en un país con taras coloniales como el racismo estructural, sin embargo, se deben reconocer los avances jurídicos como la ciudadanía, y especialmente ese empuje popular que en la segunda mitad del siglo XX logró generar un esbozo de identidad boliviana con profundas raíces ancestrales.
Hoy no se puede entender Bolivia sin tomar en cuenta el aporte del mundo “indígena” en sus expresiones populares, desde la música, danza y ritualidad, hasta formas contemporáneas de reproducción cultural como las distintas formas de urbanización y ocupación espacial. El mundo “indígena” le da una particularidad potente a nuestro país, con la posibilidad de proyectarse al futuro con identidad, a la imagen de Japón, India o China.
La Plurinacionalidad es un paso previo hacia otra forma de institucionalidad que pueda realmente consolidar como actores plenos no solo a las culturas de raigambre andina, sino también a las amazónicas y chaqueñas, tarea pendiente.
DIVERSIFICACIÓN DE MODELOS DE DESARROLLO
Si bien el Modelo Cruceño es el más boliviano de los Modelos dada la planificación estatal, políticas públicas e inyección de recursos procedentes de otras regiones, en las ultimas décadas han surgido otros modelos como el Alteño, más autónomo, que no depende directamente de la economía extractivista. Así también en regiones como Palos Blancos se han logrado generar una economía basada en la producción responsable del cacao a través del cooperativismo de El Ceibo, mientras en los valles Tarijeños la producción de uvas tiene un reconocimiento mundial, al igual la producción de quinua en el altiplano orureño o la castaña en el norte boliviano.
A la par de los procesos migratorios y un creciente mercado interno, distintas regiones bolivianas han construido Modelos de Desarrollo que les permiten reducir su dependencia de regiones más ricas, originando economías a escala que les permiten superar la precariedad y generar una relativa calidad de vida. Los modelos de Desarrollo se han diversificado y permiten pensar una Bolivia que pueda dar el próximo paso más allá del extractivismo.
ESTADO INCONCLUSO, PAÍS VIABLE
Si bien la institucionalidad estatal está cuestionada, ello no implica que la pertenencia a Bolivia esté en duda. En los años 90s aún se escuchaban a comunidades aymaras fronterizas que advertían anexarse a Chile si el gobierno los seguía manteniendo en la marginalidad. Hoy los discursos separatistas ya no forman parte de las perspectivas políticas populares. En ello fueron fundamentales las grandes movilizaciones sociales de los años 2000 a 2005, en las cuales se solidificó la voluntad de cambiar el país desde dentro, cuajando sentimientos nacionalistas que se hacen visibles cíclicamente.
Consolidar la institucionalidad estatal es una tarea pendiente, sin embargo Bolivia es un país viable dados los procesos de vinculación que son radicalmente diferentes que los presentes en el Centenario de la República, ya que grandes segmentos de la población han superado (con y sin ayuda estatal) los procesos de fragmentación y rupturas entre lo rural y lo urbano, entre regiones, incluso entre clases sociales. La cohesión social es lo suficiente como para asegurar que existe la voluntad de seguir un camino conjunto.
UNA NACIÓN EN CONSTRUCCIÓN

Jóvenes aymaras bailan un taquirari oriental en una actividad escolar en la ciudad de El Alto. Foto Propia
Si se toma en cuenta la nación no como homogeneidad étnica sino como comunidad con lazos comunes, se puede pensar en una paulatina construcción de nación, tomando en cuenta la dinámica social de la Bolivia popular contemporánea.
Hace un tiempo describí en el texto “La construcción de la ´bolivianidad´ desde abajo” los factores que coadyuvan en la conformación de lazos comunes entre los bolivianos: La migración interna, el mercado interno, la informalidad, la movilidad social, la multilocalidad, la urbanización y la adaptación al mundo contemporáneo. Tales factores implican que la bolivianidad se ampara en procesos concretos, lo que sirve de soporte para una enunciación nueva, que supere las dicotomías nacidas en la época del nacionalismo como del plurinacionalismo.
Y es que la nueva Bolivia parte desde la realidad de las mayorías, en el que los préstamos/influencias culturales y la interacción es continua y no se basa en intencionalidades políticas mezquinas, sino en relaciones que coadyuvan en la generación de calidad de vida. En este sentido, la narrativa política relacionada a la nueva Nación, acaba siendo una descripción más que una construcción mítica.
Dos siglos han pasado desde la independencia de España, 73 años desde que se reconoce la cualidad de ciudadanía a toda la población, 16 años desde el planteamiento del horizonte plurinacional. En esencia, Bolivia es una construcción del ámbito popular, más que la enunciación de élites intelectuales y políticas, cuyos paradigmas acaban siendo pasajeros. Es desde allí desde donde se debe replantear un próximo modelo, o la profundización del actual.
Se ama lo que se conoce, y para ello es necesario conocer y conocernos más. Gran parte de las taras que arrastramos parten de la ignorancia, ya sea el racismo o el regionalismo. Así también queda pendiente la superación del extractivismo hacia un horizonte de Desarrollo con Identidad, Identidad con Desarrollo. El mejor homenaje a quienes nos antecedieron, es continuar con un legado llamado Bolivia.
(*) Guido Alejo es arquitecto y pensador alteño gjalejomamani@gmail.com