¿Ciudadanía liberal o comunal?: Un acercamiento empírico a la gestión cotidiana de recursos económicos y el uso de poder político en organizaciones de la ciudad de El Alto, Bolivia

Por Joaquín Tapia Guerra (*)

Aquí arriba Cala se refiere al hecho de que el gremialismo Alteño no permite a los comerciantes minoristas controlar más de un puesto de venta, mucho menos alquilar los extras que sí llegan a tener a escondidas. Pero esta regla no se cumple del todo más allá del ámbito formal, como dice él, y ese es un detalle elocuente sobre la actitud doble que tiene el gremialismo Alteño con respecto a la economía liberal. Dejando a un lado toda cuestión ética, es una actitud que impide la inversión emprendedora porque rechazar la ganancia en ausencia (o sea el alquiler) significa mirar al ingreso pasivo con una mueca arrogante. Ahora bien, qué tanto vale la pena hacerlo mientras se hace “una especie de pactos secretos” por lo bajo? Legalizar el alquiler ayudaría a regular sus ganancias y recaudar impuestos sobre ellas. No sería eso algo bueno? Lo que sigue es mi reseña de la postura que tiene Cala sobre este tema, con la que estoy de acuerdo en disentir. Espero que tomen también una posición, y participen del debate.

Primero un breve resumen

Ciudadanía liberal o comunal?: Un acercamiento empírico a la gestión cotidiana de recursos económicos y el uso de poder político en organizaciones de la ciudad de El Alto, Bolivia es una investigación sociológica sobre la política de comerciantes minoristas en la ciudad de El Alto. Originalmente es una tesis de maestría. Tiene tres capítulos, pero el primero y último en verdad rodean una pieza central, que es un estudio de caso sobre la Asociación de Comerciantes Minoristas en Artículos Varios “Central 12 de Octubre”. Cala hizo entrevistas a miembros de esta asociación en busca de características más o menos comunes a todo el gremialismo Alteño. Su meta era mostrar con su propio trabajo de campo que la “lógica comunal” del poder puede democratizar a la política Boliviana, pero solo tras resolver su problema de fondo: el “choque” entre dos “matrices civilizatorias”, la liberal y la comunal. Para Cala, quien aboga por la segunda de estas, este choque es un problema irresuelto y es “una de las expresiones de nuestro tiempo”.

Cala nació en El Alto en una familia de comerciantes que participó en la fundación de la Central 12 de Octubre. Estudió sociología en la UMSA e hizo estudios de posgrado en la Universidad Andina Simón Bolívar, con sede en Sucre, y luego en la Universidad Nacional Siglo XX, de Llallagua, Potosí. En cierto punto fue colega cercano del ex Gobernador Félix Patzi, con quien de hecho co-fundó el partido MTS, donde ha participado desde inicios del siglo 21. En la gestión 2015-20, cuando Patzi fue gobernador, Cala ingresó como asambleísta departamental de La Paz junto a varios otros miembros del MTS. Un año después, sin embargo, en una entrevista disponible en su canal de YouTube, declaró públicamente ser “disidente” porque encontraba a Patzi “incongruente” con la propuesta del partido que habían fundado juntos. Además de este breve excurso político, Cala es profesor en la UPEA desde 2007 y ha publicado al menos dos libros a la fecha de este post. La primera edición de Ciudadanía liberal o comunal? es de 2014, pero la tesis de maestría existe ya desde 2011 y aquí he usado la versión inédita.

El libro en cuestión

La tesis de Cala es que el gremialismo Alteño es una forma de organización nueva y positiva, con rasgos “indígena originarios” que fueron adaptados al contexto urbano y cuyos problemas actuales son indiscutiblemente exógenos. Dice que la lógica comunal es un “acoplamiento” del sindicalismo agrario a las necesidades del comercio minorista, y que dio origen a los más antiguos y prósperos barrios de El Alto. Ubica esta ola de crecimiento entre las décadas 1970-90, que, como es sabido entre urbanistas Bolivianos, es cuando el país sufrió una severa sequía altiplánica (1982-83) y cuando el decreto supremo 21060 fue promulgado (1985). O sea, Cala está de acuerdo con la idea común de que el modelo económico “neoliberal” que se adoptó a fines del siglo 20 es responsable de la migración campesina que hizo de El Alto una de las más pobres y pobladas ciudades en el país.
Las cifras que cita parecen respaldar su posición. Entre 1976 y 2005, la población de El Alto se multiplicó por diez, de 100,000 a casi un millón de habitantes. Sin embargo, dice Cala, hasta el año 2000 “el 69.4% de las viviendas alteñas no contaba con alcantarillado” y “solo el 66% tenía conexión a agua potable”. En vista de tal precariedad, explica que el emprendimiento Alteño tomó dos líneas de acción. Por un lado, adoptó al gremio como “una fuerza paternal” que lo protege contra abusos del estado u otras fuerzas sociales. Por otro, encontró “un escenario de oportunidades” en ocupar el espacio público para comerciar mercadería al por menor. Cala dice que fue esta receta la que dio forma a la ciudad, empezando por sus puntos de entronque con la vecina (y mucho más antigua) ciudad de La Paz, tales como Villa 16 de Julio, Ballivián, Villa Dolores, Villa Bolívar, Villa Santiago y por supuesto también 12 de Octubre.

En 2011, Cala recogió un total de 22 entrevistas con miembros de la epónima Central 12 de Octubre, un gremio ubicado en la Avenida Tiahuanacu, a 1.5km al este del Aeropuerto Internacional de El Alto. A mediados de los 1980s, estos comerciantes aprovecharon el desuso de las rieles hacia Viacha para poner allí puestos de venta a cambio de una cuota de “sentaje” que era cobrada por autoridades municipales. Luego esto cambió con el creciente control de los espacios ocupados por cada organización y la instalación de anaqueles más adecuados. La cuota de “sentaje” pasó entonces a ser una cuota anual de “patente”, o sea, un derecho a ejercer “control” privado y comercial sobre propiedad pública, cosa que efectivamente formalizó la existencia del gremio ante el gobierno municipal. Según los informantes de Cala, esta trayectoria es similar en otros casos y, en todos ellos, la capacidad que un gremio demostró tener para concentrar dinero ha traído consigo un efecto no deseado.

Es en este punto que Cala defiende la “lógica comunal” en desmedro de la “liberal”, y su motivo para hacerlo es muy curioso en verdad. Dice que el “carácter optativo” de la democracia liberal no es algo bueno, que él prefiere el “carácter imperativo” de la democracia comunal, porque justamente en la opción está la semilla del individualismo y el robo. Él cree que la democracia comunal puede evitar que esta mala semilla aparezca porque es capaz de revocar la autoridad mal habida, y sobre todo, porque puede obligar a cada integrante a asumir y dejar los cargos dirigenciales rotativamente. Según algunos de los informantes de Cala, este sistema de rotación obligatoria quita valioso tiempo de sus manos, tiempo que de otro modo podrían usar trabajando su oficio. Pero según él, el único antídoto a la concentración de poder es la rotación obligatoria entre todos los miembros del sindicato, sin excepción. En sentido literal y figurativo, dice que es una “tecnología social” que inhibe las pretensiones individuales de tipo “liberal occidental”.

Mi comentario

La visión de Cala sobre la política gremial Alteña es bastante sensible y certera en su mayor parte. Es difícil disentir con ella, pero lamentablemente hay que hacerlo. Uno de sus informantes, por tomar un ejemplo, cuenta que en su gremio impidieron el uso abusivo de dinero repartiéndolo entre todos los asociados. De esta forma, hicieron la concentración de dinero tan impráctica que lograron desincentivar cualquier intento de robo por parte de dirigentes. Y que Cala me corrija si me equivoco, pero la llamada Ley de Municipalidades o la Ley de Participación Popular, de 1985 y 1994 respectivamente, buscaban desconcentrar el poder del gobierno central básicamente de la misma forma. La cuestión es si es que porque vienen del periodo “neoliberal” de Bolivia, estas leyes tienen forzosamente que ser vistas como “individualistas” en vez de “comunales”.

Creo que Cala tampoco ignora estas zonas grises, de lo contrario él mismo no distinguiría entre actitudes “individuales” y “elitarias”. No diría que las decisiones de una federación son a menudo “arbitrarias y verticales”, pero que si no quieren perder su protección contra el estado y otros gremios, los asociados no tienen otra opción que acatar. El hecho es que el autoritarismo es una mala semilla sí, pero ninguna lógica va a librarse de él achacándolo todo a influencias extranjeras. Como dice otro informante: “siempre hay una pequeña rosca, no ve; en cualquier lugar; son eternos oradores”. De modo que en este caso deberíamos preocuparnos menos en los orígenes y más en lo que el propio Cala llama “mecanismos operativos”. Así el estado puede ser menos enemigo, la federación menos bunker y el individuo menos lastre.

(*) Joaquín Tapia Guerra es crítico literario y cineasta.

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