Cultivo de Coca, Tráfico de Droga y Desarrollo Regional en Cochabamba, Bolivia, de Roberto Laserna

Por Joaquín Tapia Guerra (*)

Refiriéndose a una tendencia de los 1970s y 1980s, Marjorie Deane y Robert Pringle dicen en su libro The central banks que “la hiperinflación se asocia más a menudo históricamente con América Latina”. Por supuesto, la forma en que esto funciona se hace más sutil una vez que se profundiza en cada caso particular. En Bolivia, la hiperinflación ocurrió durante el llamado “boom de la coca” y justo después de una serie de dictaduras militares. Bánzer y García Meza, dos de los dictadores, fueron de hecho acusados de estar vinculados con el negocio de la cocaína, que es lo que desencadenó el boom para empezar. Pero el gobierno que sufrió la hiperinflación y el que la solucionó fueron dirigidos respectivamente por Siles y Estenssoro, dos antiguos aliados políticos y los primeros presidentes no militares de los 1980s. Lo que sigue es mi reseña de la investigación de Laserna sobre este periodo, que sostiene que la hiperinflación y el boom en realidad fueron dos caras de la misma moneda.

Primero un breve resumen

Cultivo de coca, tráfico de droga y desarrollo regional en Cochabamba, Bolivia es una investigación socioeconómica sobre el impacto que el boom de la cocaína (1980) y la hiperinflación (1985) tuvieron en la vida campesina en el trópico de Cochabamba. En los capítulos uno a cinco, el libro subraya el peso del negocio de la cocaína en la economía Boliviana y dice cómo es que surgió uno de sus motores, el campesino Cochabambino. En los capítulos seis a nueve, discute los riesgos y oportunidades que el boom trajo consigo, así como los daños provocados por las políticas antidroga de los gobiernos de Bolivia y EEUU. Laserna llama a este episodio histórico “el boom en la crisis” y dice que combinar datos estadísticos con testimonios individuales es crucial para estudiarlo. Solo así, cree, se puede averiguar “qué posibilidades tuvo el pequeño productor indígena de coca para acumular riqueza” durante el boom y a pesar de la crisis.

Laserna nació en Cochabamba, estudió economía en la UMSS e hizo posgrados en la FLACSO de Quito y la University of California en Berkeley. En 1976 ganó el premio literario Franz Tamayo con un cuento, “La sombra que habita”, y en formato corto publica también en periódicos y en un blog que mantiene desde 2007. Fue profesor de economía y sociología en la UMSS y enseñó por temporadas en la Universidad del Pacífico, en Lima, y como profesor invitado en Princeton. Es investigador desde 1981 en el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES) y fue director de la Fundación Milenio entre 2003-11. Trabajando para estos think-tanks ha publicado hasta ahora bastantes libros, unos diez por su cuenta y más de doce en colaboración. Los más conocidos son quizás La trampa del rentismo (2006), escrito con Gordillo y Komadina, y La democracia en el ch’enko (2004). El libro que reseño aquí es su tesis doctoral, que fue presentada en 1995 y a la fecha es aún inédita.

El libro en cuestión

La tesis de Laserna es que la “economía de la coca-cocaína” podría mejor abordarse con políticas estatales que la acepten abiertamente y ayuden a frenar su alta volatilidad. Con esto no aconseja adoptar una estrategia estatista ni tampoco dar luz verde al consumo de cocaína. Apunta a las cifras, que arrojaron discrepancias pero también cierto consenso general, y dice que donde hay oportunidades de negocio un gobierno debe promover la industria privada, no penalizarla. Dice que si en los 1980s este principio básico no se siguió, fue por presión del gobierno de EEUU y en una situación en general muy difícil. El gobierno Boliviano en ese momento tenía déficit y para financiarlo recurrió a la “emisión inorgánica” de dinero. Como resultado, Laserna encontró que el índice de precios se disparó desde 1976 y para 1985 la tasa de inflación anual era de 11,740%. Para comparación con otras hiperinflaciones, la de Venezuela en 2019 llegó a 340,000%; la de Alemania en 1923 se dice que alcanzó más de un millón porciento.

Laserna dice que antes de establecerse una industria agrícola en el Chapare varios programas de colonización intentaron ocupar las tierras bajas Bolivianas. Esto se remonta al siglo 19, pero tuvo tres hitos importantes con el gobierno nacionalista (1952), un préstamo del BID para ocupar Chimoré (1963) y la construcción de la carretera Cochabamba-Villa Tunari (1972). El crecimiento en principio fomentado velozmente se hizo una tendencia natural. La región pasó de 20,000 habitantes en 1967 a 150,000 en 1991, con el pico más alto en la tasa de crecimiento (29.25%) en 1981, justo un año después del alza en el precio de la coca. Lo insólito de esta ola migratoria es que provocó que la contracción económica no se vea reflejada en la tasa de desempleo, lo que Laserna dice que solo podría deberse a la existencia de actividades “no registradas” y “capaces de absorber el impacto de la recesión”.

Estas actividades, dice, crecieron desde los 1970s y para 1980 habían “penetrado” la política nacional. El peor momento de la crisis (1983-85) afianzó su importancia. El sector representaba al menos 53.4% del PIB en 1986 y 12.9% aun en 1990. Pero aunque esto era de conocimiento común, también suponía un problema diplomático. En los 1980s EEUU tenía un problema doméstico de adicción a la cocaína y presionó para que se reduzca el cultivo de coca en Bolivia. Este y otros acuerdos internacionales de control de drogas hicieron que las autoridades Bolivianas, aunque atraídas por el flujo de moneda extranjera generado por la cocaína, promulguen varias leyes antidroga en un intento de mostrar su “compromiso”. Laserna dice que la ley 1008 (1988) fue la última y peor de todas estas, y en realidad vino del primer gobierno no militar luego de diez cambios presidenciales entre 1978-82. El problema es que dañó a los escalones más bajos del boom de la coca casi exclusivamente.

Gente que de otro modo habría sido muy afectada por la recesión pudo encontrar trabajo alrededor del boom. Ya sea como productores de coca, químicos o traficantes, eran gente con baja escolaridad, mayormente entre los 20 a 40 años de edad y con familias que alimentar. Pero a causa de la ley 1008, acababan en la cárcel con demasiada frecuencia y fueron por eso empujadas a abandonar lo que en principio era un negocio lucrativo. Laserna dice que la inversión de los réditos fue generalmente “orientada a sacar a la familia de la agricultura” porque los precios de la coca eran altos pero inestables, y la mejor clientela era traicionera, cuando no peligrosa. El cultivo de coca en particular les daba un flujo de efectivo constante, pero estaba plagado de incertidumbres. De ahí el hecho, que Laserna dice es ignorado, de que los productores de coca nunca producían coca solamente. Su “criterio central”, dice, fue siempre diversificar para “minimizar el riesgo”.

Mi comentario

Lo que Laserna llama el “criterio del productor diversificado, que no decide sino en función al mercado” es notable. Significa que la presencia de otros cultivos puede ser vista como el signo de un asentamiento logrado, con la coca como “eje económico”. Hoy día esto todavía es algo crítico en la política Boliviana. Hace solo una semana el Presidente Biden dijo que Venezuela y Bolivia no “se adhirieron a sus obligaciones con acuerdos internacionales antinarcóticos” en los últimos doce meses, y como respuesta Bolivia no tardó en hacer sonar el discurso de la “soberanía”. Un déjà-vu? Pero al igual que ayer, hoy también la soberanía política no es garantía de soberanía económica, por muy soez que sea el discurso. Los productores diversificados necesitan políticas estatales claras, no la ambigüedad con que la ley 1008 distinguió entre producción de coca y de cocaína — entre agricultura legal e ilegal. Y como vimos en mi reseña de Spedding, la ley 906, de 2017, aún no ha aborado esto.

Lo intrigante es que si bien probablemente cualquiera acogería el repudio de Laserna a la ley 1008, es incierto cuántos aceptarían la solución que propone: “apertura de mercados” y “decriminalización”. La división en torno a esta cuestión va justo a través de las riñas más sentidas de Bolivia. Sería razonable decir, por ejemplo, que Bolivia no tiene por qué honrar un acuerdo internacional a costa de los productores de coca y su modelo de negocio. Es fácil estar de acuerdo en eso conceptualmente, pero ir de ahí a abrir y decriminalizar mercados sería pedir demasiado, sobre todo si pensamos que cuando Laserna hace su propuesta, incluso menciona a Gonzalo Sánchez de Lozada y Milton Friedman favorablemente. Ningún partidario del MAS, en su sano juicio, aceptaría eso. Tampoco lo haría esa estrecha pero expresiva parte de su electorado: los intelectuales de izquierda. Y esa es una de las cosas que este libro me ha enseñado: el discurso socialista Boliviano puede no equivocarse cada vez que se solaza en su iliberalismo, pero cuando se trata de los productores de coca, está dispuesto a equivocarse sin importar el bienestar de ellos.

(*) Joaquín Tapia Guerra es crítico literario y cineasta.

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