Por Patricia Vargas (*)
La ciudad de El Alto es un producto de tradición, el cual relata que en los últimos años ha cambiado mucho hasta el punto que su población pareciera querer consolidar la memoria de un pasado, pero con expresiones que sean fruto de un presente fuertemente reconstructivo. Para ello ha comenzado a ser edificada con un nuevo sentido.
Lo relevante es que no se dejó en el olvido a la identidad, la cual es la fuerza que brota de la naturaleza orgánica, es decir que parte de la tierra. Así, esa identidad hoy busca mostrar un significado distinto que exige ser ampliado a los nuevos tiempos.
Lo significante es cómo todo aquello va acompañado de la intención de una sociedad que busca y evoca dirigirse sola.
Y es así como la ciudad de El Alto de a poco se transforma en ciertos sectores, a través de algunas obras arquitectónicas que representan íconos urbanos y que conllevan un trasfondo de la cultura del ayer. Tampoco falta el entrecruzamiento con aquellas otras edificaciones de corte contemporáneo, las cuales demuestran que esa urbe no se limita solo a la búsqueda de su desarrollo como ciudad tradicional.
Una especie de cruce de expresiones que ansían consolidar un futuro distinto, cuyo resultado sea una nueva imagen donde lo simbólico sea la fuerza que deje atrás a la ciudad del ayer.
Todo aquello ha logrado trascender a la sociedad, que hoy busca que aquella identidad del pasado se amplíe a un presente prometedor, cuyo sentido de pertenencia no deje de estar vigente.
Lo paradójico es que hoy otra parte de la sociedad tiene presencia en la dirección de esa urbe. Nos referimos a la ciudadanía joven, que ha tomado el rumbo con nuevos ideales y conduce políticamente a esa ciudad.
Por tanto, El Alto comienza a dejar atrás toda tradición conservadora, la cual si bien condensa valores ancestrales, hoy está dirigida por una juventud que protege su identidad, pero dentro de una visión de futuro.
Tampoco falta la otra parte de la ciudadanía joven cuyos intereses están relacionados con la creatividad, reforzada por la tecnología. Un hecho que debiera impulsar a la UMSA a ingresar con la educación superior a esa urbe, ya que esa juventud requiere la extensión de un conocimiento sólido y científico, a partir de carreras con las que no cuenta la universidad que allí funciona.
No se debe olvidar que dentro de esa juventud están las mujeres, con ejemplos claros como los de la alcaldesa saliente Chapetón, que silenciosamente supo dirigir y construir parte de la ciudad más complicada del país, no solo por su gente sino por la diversidad de su población y los problemas que conlleva aquello. Ahora llegó la segunda, la alcaldesa electa Copa, que es una mujer que enfrentó a su entorno político y supo ganar con valentía encomiable el lugar que hoy ocupa.
El Alto está en camino de tener su propio lenguaje de ciudad, cuyos distintos rostros denotan espacios llenos de situaciones significativas y constitutivas de una cultura que promete respuestas singulares.
Asimismo, no se puede dejar de mencionar que esa urbe tiene hoy un importante crecimiento gracias a la migración campo- ciudad. Una realidad que, empero, debiera ser proyectada y no omitida, pues cada vez crea mayores desigualdades.
Por todo ello, es preciso reafirmar que la identidad no es un haz vertical y que la tradición no se identifica solo con ciertos habitantes, sino que es producto de una memoria fuertemente asentada que podría ser proyectada al futuro.
No cabe duda que la urbe alteña ha dejado de ser aquella donde la tradición era lo que más sobresalía. Hoy esa característica se condensa en la memoria, que si bien sigue sumergida en la tierra, se halla reforzada por la identidad, que es la fuerza que la sostiene y nutre.
(*) Patricia Vargas es arquitecta Fuente: La Rqzón