Autor: Franck Poupeau
Desde inicios de los años 2000, la ciudad de El Alto se ha vuelto el símbolo de una Bolivia rebelde, popular y auto organizada, donde se manifestaría más que en cualquier otro lugar, el renacer de las luchas indígenas. Si esta visión tiene que ser considerada como parte del objeto estudiado, no puede ser aceptada tal cual.
Desde su fundación y crecimiento a principios del siglo XX, esta ciudad periférica, que obtuvo su independencia administrativa en los años 1980, siempre ha cumplido una función económica en relación con la sede del gobierno boliviano, la ciudad de La Paz: transportes, artesanía y comercio han hecho de El Alto la segunda ciudad del país, y uno de sus ejes de desarrollo.
Se acompaña de la creación de identidades específicas, que no remiten a una «indigenización de la modernidad» (Sahlins) sino a una relación «moderna» (y bastante nueva) con la tradición, en la cual se mezclan elementos heredados de los pueblos «originarios» y creaciones culturales y políticas locales.