Al lado de la Escuela de Idiomas de la Fuerza Aérea, en la calle de El Aviador, calleja de El Archivero N° 150, destaca en El Alto una casita por el color amarillo intenso de sus muros y el techo de dos aguas. Descuidada como estaba antes, habrá pasado cien veces desapercibida. Ya nadie se le habría ocurrido pensar que esa estructura la mandó a construir, en la primera mitad del siglo XX, Carlos Víctor Aramayo, uno de los barones del estaño junto a Simón I. Patiño y Mauricio Hochschild.
Al lado se erige el antiguo almacén minero, el cual fue originalmente un arcén hasta el que llegaba el tren que compró el empresario en sus tiempos de auge, explica Édgar Ramírez Santisteban, director del Archivo Histórico de la Minería Nacional. El depósito estuvo en funcionamiento hasta finales de la década de los 80, momento en el cual la casa quedó también en desuso.
Dentro de seis meses, las puertas de la casita volverán a abrirse, después de haber sido rehabilitada, esta vez como biblioteca. En el reciente mes de febrero han terminado las obras y a partir de ahora se armará la sala de depósito, la de lectura y una pequeña oficina.
Ramírez explica que se ha mantenido la mayor parte de los elementos originales del inmueble. Una muestra de ello es la chimenea de la planta baja o la escalera de madera que lleva hasta el segundo y último piso de la casa. En el nivel inferior estarán la oficina y la sala con los fondos de la biblioteca. Éstos proceden de la red de salas de lectura que la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) tenía en las 34 empresas que la conformaban, así como de las escuelas que se crearon para los hijos de los mineros.
El acceso a esta biblioteca en El Alto será libre y permitirá consultar las publicaciones: memorias, informes técnicos, financieros y geológicos, así como revistas. Bocamina es una de ellas: informaba sobre la vida social de los trabajadores, a quienes se les entregaba un ejemplar de forma gratuita cada mes (se imprimían unas 23.000 unidades). La lectura de éstos y otros documentos se realizará en una sala situada en la parte superior del edificio.
Con el paso del tiempo, el complejo donde se encuentra la futura biblioteca ha ido cediendo hectáreas de su terreno para que se construyeran los edificios y la avenida que hay a su alrededor. Uno de ellos es la sede moderna del Archivo Minero de El Alto y la biblioteca de la corporación que, poco a poco, van albergando trozos de historia recuperada casi de la basura. Los fondos bibliotecarios se encuentran distribuidos hoy en diferentes salas del nuevo edificio pero, en cuanto la antigua casa Aramayo quede convertida en biblioteca, varios estarán a disposición de los lectores.
Los fondos de la colección literaria, al igual que los del archivo, continúan creciendo cada día, según explica Carola Campos, encargada de Procesamientos Técnicos del Sistema de Archivos: “Recientemente hemos recibido donaciones como la colección del profesor Roberto Cabrejas, efectuada por su viuda, o de Moisés Alcázar, quien fue fundador de la Biblioteca del Congreso”.
Finalizada la obra de restauración de la casa Aramayo, va a comenzar la rehabilitación del edificio contiguo, el viejo almacén. Se encuentra allí parte del fondo del Archivo Minero y restos de la imprenta de la Comibol. Seis trabajadores se encargan del mantenimiento y organización de los documentos que hay en este recinto, el cual va a convertirse en un Centro de Conservación de Papel y Escuela Archivística, en la que la vieja imprenta se utilizará para la empastadura de documentos.
Se espera que las obras de rehabilitación y acondicionamiento de este espacio estén finalizadas en un año. En este antiguo almacén aún quedan miles de documentos que están siendo organizados. Al edificio nuevo van las carpetas y libros ordenados y preparados para ser consultados por investigadores.
En las amplias salas de depósito se están armando las estanterías de metal que van a soportar los documentos otrora regados por pisos húmedos, casi destruidos, y que, tras un trabajo liderado por Ramírez, han ido recuperándose. Los estantes han sido construidos en Santa Cruz, desde donde llegaron en 17 tráileres, tal su magnitud.
El acceso a este espacio especializado es restringido: sólo entran los trabajadores del archivo. Los investigadores, previa autorización, pueden consultar los documentos en otra estancia hasta la que llegan los originales a través de un montacargas que puede soportar hasta 30 kilos de peso.
El Archivo Minero dispone de 30 km de documentos relacionados con la actividad empresarial minera: desde informes económicos hasta historias clínicas de los trabajadores, lo cual permite conocer incluso qué marcas de whisky o tabaco pedían los obreros ingleses que construyeron la casa Aramayo, asegura Carola Campos.
Entre estos estantes también hay registros de la red de bibliotecas de la Comibol, lo que permite saber qué géneros literarios preferían los trabajadores de las minas. “Los hombres leían filosofía y las mujeres acudían a la lectura de género: derechos de la mujer, costura, cocina…”, revela Carola con la emoción de quien desea compartir un buen secreto. Y añade: “La organización del archivo es de lo más grandioso que está sucediendo”.
La Comibol realiza la tarea de organizar la documentación relativa a la historia de una de las actividades que es parte de la vida misma del país. La tarea se hace oficialmente desde 2004, año en el que se emitió el decreto 27490 (14 de mayo), que le atribuye a esta entidad la organización del Archivo Histórico Nacional Minero.
En las diferentes sedes distribuidas en varias zonas del país se almacenan y ordenan papeles desde el comienzo de la época republicana hasta el presente (la parte relativa al período colonial se encuentra en la Casa de la Moneda). La documentación de la empresa Aramayo, pero también de Patiño y Hochschild, así como de las 34 empresas que formaban la Comibol, va llenando las estanterías a medida que los expertos la revisan y catalogan, misión lenta pero que no ha parado.
A diario, los trabajadores del archivo están en contacto con papeles antiguos, pero también con polvo y hasta insectos. Antes de marcharse a casa pasan por la ducha y se cambian de ropa, según las normas de seguridad que hablan de la profesionalidad de la obra.
Huellas de Patiño en el Archivo
La documentación que guarda el Archivo Minero en El Alto recoge todo tipo de información sobre las empresas de los tres barones del estaño: Patiño, Hochschild y Aramayo, así como de aquellas que formaban la Comibol, y sobre sus trabajadores.
Gracias a ella se ha podido conocer datos de la vida minera, como que los hombres “eran muy mujeriegos”, según asegura Carola Campos: “Hemos visto que un trabajador podía llegar a tener 15 hijos de madre diferente y la Comibol les daba acceso a sanidad y educación a todos y cada uno de ellos”.
En el despacho del Director del Archivo se utiliza mobiliario de Simón Patiño, piezas creadas entre finales del siglo XIX y principios del XX. Se ha conservado algunas de las 611 estanterías en las que este barón del estaño guardaba bajo llave los documentos de su imperio minero, así como una colección de leyes de la época.
Bien custodiados en otra sala del edificio están las cajas de archivo del propio Patiño, dentro de las cuales se guardan las carpetas que hizo fabricar y traer de Estados Unidos para él, como se puede comprobar al leer su nombre grabado en los acofaster, material de oficina que tiene ya más de un siglo de antigüedad.
Periodista:Gemma Candela