Por Guido Alejo (*)
El Alto es, por esfuerzo propio, uno de los puntales del desarrollo contemporáneo boliviano. El motor económico que se forja a pesar del Estado, el referente cultural, social, estético, de la nueva Bolivia urbana. La segunda ciudad en cuanto a población, la tercera que más aporta al PIB nacional, el corazón de la metrópoli alteño-paceña que hará de ésta, la quinta aglomeración de mayor crecimiento económico a nivel latinoamericano y la primera a nivel nacional hasta 2035 según Oxford Economics.
Sin embargo, esta pujanza alteña no tiene correlato en el quehacer de sus políticos cuya mediocridad queda periódicamente en evidencia, dado el rezago político de la urbe tanto en la producción de discursos como de propuestas políticas para la presente realidad boliviana. Lejos quedaron los días de las jornadas de octubre, que hace 20 años guiaron el derrotero del país, mediante una agenda que se condensó en un Estado que debería superar la República y el modelo neoliberal.
Dos décadas pasaron desde aquel octubre de 2003, y la ciudad símbolo de la nueva era política boliviana nunca recibió lo que sus expectativas preveían. Las grandes inversiones, subvenciones, apertura de mercados y políticas económicas fueron implementadas para el oriente o el Chapare, mientras que la informalidad y el cuentapropismo crecía para suplir el abandono estatal y la ineptitud política.
Pero ese abandono no fue unilateral, sino, tuvo la colaboración de gran parte de la otrora contestataria dirigencia social de la ciudad, que, en su angurria de cargos estatales, no dudó en dejar de lado las aspiraciones de la ciudad. No es extraño que la poderosa FEJUVE que en 2002 marchaba por la “modernización de la ciudad y el traslado del aeropuerto” hoy fracturada se bate en el péndulo de apoyar a la facción del MAS -o exMAS- más conveniente, ello sin negociar algún beneficio macro para la urbe.
Incluso la dimensión intelectual alteña quedó enajenada de la elaboración de una visión de país o ciudad que parta desde la potente realidad de la urbe. Hoy se escuchan ecos del neomarxismo, el indianismo, el liberalismo, el indigenismo y otros ismos ensimismados en sus convicciones y soslayando la complejidad aymara urbana. Los discursos añejos de “El Alto rebelde y valiente” siguen en los medios, mientras que -lejos de esos ámbitos- el ajayu de la ciudad tiene vitalidad en la modernización autónoma, el emprendimiento audaz y la paraestatalidad.
“El mejor indio es un indio muerto” dice una añeja frase, y dada la realidad política boliviana que raya en la necro política, ésta frase tiene vigencia para El Alto. El alteño no solo es visto como un voto, sino como “carne de cañón” por la izquierda radical o “salvaje incivilizado” por la extrema derecha. Las últimas grandes masacres tuvieron en El Alto a uno de sus epicentros, así como una continua estigmatización durante la pandemia.
Tal situación, de deshumanización y ausencia cívica de los objetivos políticos, ha conllevado a la deslegitimación de los actores políticos de la ciudad, tanto estatales como sociales, así como la volatilidad de “nuevos líderes” impulsados por entes partidarios. Tal situación -común en toda Bolivia- es más nocivo para El Alto que sus pares bolivianos, dada la proyección pujante de la población en medio de una desinstitucionalización mayor al de las otras grandes ciudades, con ausencia de planificación y políticas efectivas estatales.
A menudo esta condición es nominada por sus críticos como “El Alto escalera”, aunque lo correcto sería “Bolivia escalera” dada la generalidad de esta situación en el país. Con este panorama, y tomando en cuenta los actuales actores políticos, no es previsible un cambio radical de esta tendencia… y es que los políticos no están a la altura de la población, la que con esfuerzo propio reduce la pobreza extrema, genera movilidad social y reconfigura la cultura en el mundo contemporáneo.
Y es ésta forma del ser boliviano, del ser alteño, el que debería regir las miradas políticas, siempre con un enfoque de calidad de vida, ver a las personas como seres humanos, no como meros votos o escaleras. Identidad con Desarrollo, Desarrollo con Identidad.
(*) Guido Alejo es arquitecto y analista guidoalejo.wordpress.com