El rol de la mujer en la ciudad de El Alto

(*) Por Magali Vienca Copa Pabón

Mujeres en El Alto. Foto: Juan Quisbert

Es imposible pensar la ciudad de El Alto, territorio de grandes potencialidades y posibilidades, sin la presencia de la mujer alteña como el enclave de su desarrollo en el interior de esa geografía aymara que la constituye. Las calles, plazas y mercados de la urbe alteña están marcadas por las luchas cotidianas, el esfuerzo y el sacrificio de estas mujeres.

Destacar la importancia que tiene la mujer alteña en la segunda ciudad más poblada de Bolivia no es cosa menor. En especial para los hijos y nietos de familias aymaras, que son parte de esos miles de testimonios de lucha que anidan en la memoria colectiva y los marcan.

Por lo que, aproximarse a lo que significa “ser una mujer alteña” conlleva una difícil tarea, que es la de mirar los caminos que ellas han enfrentado a lo largo de las últimas décadas y proyectar los imaginarios que la envuelven.

Violencia contra la mujer en El Alto

A través de los años se ha construido una imagen de la mujer alteña como símbolo de fuerza y sacrificio, sin embargo, este imaginario contiene una paradoja que también la coloca en un cuadro de vulnerabilidad como víctima de exclusión social, discriminación y violencia.

A pesar de las leyes de protección contra la violencia de género cada año vemos con mucha indignación el incremento de casos de violencia física y sexual, tenemos que, de los 111 feminicidios ocurridos en todo el país durante la gestión 2018, según un recuento realizado por Página Siete. De ellos, al menos 13 corresponden a la ciudad de El Alto.

Reportes de prensa de este año dan cuenta de un incremento en feminicidios de adolescentes entre 13 a 20 años. La violencia sexual es factor común en estos crímenes.

El 8 de octubre de 2018, la Policía hizo el levantamiento del cuerpo de Carmen V., una adolescente de 16 años en un lote baldío en El Alto. “Sus heridas mostraban que había sido asfixiada, golpeada y vejada por más de una persona”, reseñaron los medios locales. Los tres implicados confesaron el feminicidio.

En ese marco, el enaltecimiento de la fuerza y valentía para resistir, de las mujeres alteñas, parece estar ligado a la normalización de la violencia y la impunidad.

Lo mismo sucede con el imaginario de la ciudad de El Alto, la glorificación de su fuerza y lucha histórica está relacionada con una realidad donde la violencia social y política, la inseguridad y la marginación social son una constante en los retratos estadísticos.

La importancia de visibilizar estos imaginarios, por otra parte, radica en cuestionar estas realidades y explorar nuevos sentidos de “ser mujer” y “ser alteño”.

La mujer alteña se desarrolla en una “modernidad propia”.

En primer lugar, cabe preguntarse ¿Qué significa ser una mujer alteña? mirar las cualidades que las identifican.

Por ejemplo, la cualidad aymara que se le atribuye a la ciudad de El Alto tiene su razón de ser en la dinámica de las mujeres que difuminan las líneas entre el campo y la ciudad, no solo por la migración, sino por la movilidad económica de las mujeres al interior del llamado comercio informal, que alcanza el 46% de las actividades económicas de El Alto.

Desde esta perspectiva, ellas que se mueven y amplían sus horizontes, por ello, ser alteño es siempre ver más allá, es algo así como estar dentro de un aguayo que sin dejar de moverse nos vincula constantemente a nuestro origen.

Capacidad de adaptación

De ahí, que al interior de esa imagen de El Alto como una ciudad moderna se anida la capacidad de la mujer alteña de moverse entre la identidad y la modernidad. Entendiendo por modernidad en el sentido dado por Guido Alejo, que tiene que ver con la construcción de una modernidad propia, en sentido crítico y liberador.

Por ello, la identidad aymara para ser precisos, alejada de la instrumentalización del indigenismo y pachamamismo, es el elemento más importante desde el cual es posible partir para crear nuevos sentidos de “ser” que asuman su papel frente a la realidad social, política y económica en la que vivimos actualmente.

(*) Magali Vienca Copa Pabón es abogada y maestra en Derechos Humanos

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