Por Joaquín Tapia Guerra (*)
En habla de banquero, la “denominación” es la moneda en la que se acuerda un contrato financiero. En un préstamo, por ejemplo, las dos partes involucradas fijan el monto (principal) y la moneda (denominación) en la que este se debe. No deciden la tasa de interés, o mejor dicho no del todo, porque eso es competencia del banco central, como parte de sus instrumentos para controlar la oferta monetaria. Pero he aquí el asunto. A la escala de un estado-nación con su propio banco central, la denominación es más importante que la deuda. Si es tu propia moneda la que financia tu déficit, entonces “deuda” no significa lo mismo para ti que para tus prestatarios. Harvey insiste aquí arriba en que esto es injusto para los actores más pequeños, pero en última instancia es algo que no puede sino ocurrir por consenso. Como dicen Marjorie Deane y Robert Pringle en The central banks,
lo que realmente cuenta […] es el grado de aceptación que una moneda encuentra en el ancho mundo exterior, más allá del control del gobierno local. El banquero central envía su emisión monetaria hacia el mundo, para hundirse o nadar en las profundas aguas del comercio mundial, lejos de las costas de casa.
Nótese que “aceptación” no excluye aquí la posibilidad de presiones hegemónicas, pero tampoco es sinónimo de ellas. Por increíble que parezca, tiene ventajas y desventajas el hecho de que una moneda se use como reserva mundial, como ocurre con el dólar Estadounidense, la libra Inglesa, el yen Japonés o el euro (que en este sentido esencialmente sucedió al marco Alemán). Lo que sigue es mi reseña de la apreciación de Harvey sobre la hegemonía de estas monedas (especialmente la del dólar), quien la asemeja no con aceptación, sino con imperio.
Primero un breve resumen
Una breve historia del neoliberalismo es un comentario histórico y reprobador sobre uno de los mayores proyectos que ha llevado a cabo Occidente en el siglo 20. Tiene siete capítulos, el primero presenta a grandes rasgos el tema, situando su punto de partida en los 1970s, el segundo describe a los promotores Anglo-Americanos de la tendencia, el tercero y el cuarto intentan contrastar la “teoría” y “pragmática” del dogma neoliberal, el quinto hace una breve valoración de la China de Deng Xiaoping, el sexto dice por qué el neoliberalismo supuestamente fracasó en su intento de renovar el capitalismo y el séptimo esboza una salida, tal como la ve Harvey. El libro abarca una amplia lista de países y episodios, lo que le da una visión panorámica aunque no exhaustiva. A juzgar por el tono, el autor ha debido querer escribir un “dispatch” polémico definitivo, pero hizo más bien un curso intensivo para principiantes sobre una historia que no podría haber cabido en un solo libro.
Harvey nació en Inglaterra y estudió geografía en la St John’s College, en Cambridge, donde terminó su doctorado en 1962. Dio charlas en la University of Bristol entre 1961-69, luego emigró a Estados Unidos y enseñó geografía en la Johns Hopkins University, en Baltimore, entre 1969-89 y de nuevo entre 1993-2001. También enseñó en Oxford entre 1987-93 y ha sido profesor distinguido en la City University of New York desde 2001 hasta ahora. Además, tiene más de una docena de títulos honoríficos de diversas universidades e institutos geográficos de todo el mundo, todos repartidos a lo largo de las seis décadas que ha durado su carrera. Tiene un curso sobre El capital de Marx que se dice es muy popular, así como un podcast llamado Anti-capitalist chronicles. Por lo tanto quizá sea justo llamar a Harvey un crítico activo del capitalismo y una figura muy famosa dentro de ese ámbito. A sus 86 años, ha escrito una veintena de libros, Una breve historia del neoliberalismo siendo su noveno libro, y aquí he utilizado la primera edición de tapa blanda, de 2007.
El libro en cuestión
La tesis de Harvey es que el único éxito del neoliberalismo fue restablecer el poder de élites económicas de clase mundial. O sea, gente que aparece en el índice de billonarios de Bloomberg, clientes de paraísos fiscales y similares. La forma en que esto se produjo, dice Harvey, es por accidente. Él sostiene que una “crisis de acumulación de capital” a finales del siglo 20 “tropezó” con ello. O, más duro aún, que el error neoliberal es visible en la brecha entre su “retórica utópica fallida” por un lado y su “exitosa restauración del poder de la clase dominante” por otro. La corriente neoliberal específica a la que Harvey parece dirigirse, sin embargo, es más Estadounidense que global. Su marco temporal va desde el final del llamado sistema de Bretton Woods (1971) hasta los albores de la Guerra de Iraq (2002): desde Nixon hasta Bush Jr. Así en una apuesta pintoresca aunque un poco astrológica, Harvey dice que en realidad hubo dos 9/11s: el que todos conocemos y, “casi treinta años antes exactamente”, el coup de Pinochet en Chile (1973). Este último, sostiene, fue reciclado de la periferia como modelo para una de las primeras guerras del siglo 21.
De hecho, Harvey cree que las implementaciones más sonadas, en Estados Unidos con Ronald Reagan (1981-89) y en el Reino Unido con Margaret Thatcher (1979-90), se inspiraron de alguna manera en el incidente Pinochet. En los países desarrollados, este era el período de transición del “liberalismo incrustado” de Keynes, que Harvey aprueba en cierto modo, al “monetarismo” de Friedman, que no aprueba en absoluto. Antes de esto, el patrón oro fue abandonado definitivamente (el fin de Bretton Woods), la inflación en EEUU alcanzó un máximo histórico (14.8%) y Paul Volcker, entonces presidente de la Reserva Federal, la redujo. Las medidas de Volcker fueron controvertidas por decir lo menos, y Harvey claramente las mira con recelo, ya que usa su famoso nombre despectivo: “shock Volcker”. Puede que esto sitúe a Harvey entre aquellos que no creen que la inflación y el desempleo están relacionados. Su argumento es más bien que, durante esta primera tanda de reformas neoliberales, se quebró deliberadamente a los sindicatos de trabajadores para salvar a Wall Street y a la London Stock Exchange. Y de nuevo, él sostiene que el modelo fue posteriormente reciclado “para exigir tributo al resto del mundo”.
El trasfondo intelectual que Harvey da a todo esto es bastante corto. Menciona a Hayek y Mises, así que marca algunas casillas esenciales; también se cuida de llamar a Mont Pèlerin un “spa”, para menospreciar el lugar de fundación del movimiento. Aparte de esto, es realmente Wall Street, la Fed y el FMI lo que Harvey tiene en la mira, que para él estaban confabulados desde los años 1970s aproximadamente. El neoliberalismo estaba en aquel momento convirtiéndose en un tema establecido de investigación académica, promovido nada menos que por dos economistas ganadores del Premio Nobel, Hayek y Friedman. Para Harvey esto no hizo sino legitimar, y mal, lo que él llama “acumulación por desposesión”, un término que él acuñó y que repite constantemente en el libro. Así que cosas como los think-tanks de investigación económica y la globalización misma, las cuales Harvey pone entre comillas escépticas, son para él realmente los enviados de “un sistema más abierto de imperialismo sin colonias”. En este sistema, los países endeudados sí recibieron ayuda en forma de reestructuración e incluso condonación de deuda, pero sólo a cambio de tomar la “píldora venenosa” de las reformas neoliberales.
Aparte de Chile, así es como la mayoría de los países en desarrollo aparecen en el libro. Es así que se vuelven estructurales a las “ideas hegemónicas” del neoliberalismo. Harvey menciona, como ejemplos, la crisis de la deuda externa Mexicana (1982), la flotación del baht en Tailandia (1997) y el período de Menem en Argentina (1989-99), todos hechos conocidos por ser controvertidos. Asimismo (y esto es extraño), apunta a Alemania Occidental, Japón y los llamados Tigres Asiáticos como prueba de que la prosperidad entre los años 1980s e inicios de los 2000s fue causada por otra cosa que el neoliberalismo. Las típicas respuestas Occidentales a problemas de países en desarrollo, como el “capitalismo de amiguetes” o la falta de fuertes derechos de propiedad privada, se incluyen como muestra, pero son invariablemente descartadas por Harvey como “fundamentalismo de libre mercado”. Él coincide con otros en afirmar que los salarios bajos (un impresionante $0.30 la hora, según sus cifras) permitieron a China atraer enormes cantidades de inversión extranjera directa desde 1979, un año después de que Deng Xiaoping asumiera el poder. Pero no atribuye mérito a Deng Xiaoping por esto. Aunque reconoce la importancia histórica del hombre, ciertamente ha hecho de ensuciar su misión.
Mi comentario
El libro de Harvey no es equivocado ni único por estar en contra del neoliberalismo. Para algunos, puede que pierda atractivo debido a sus insultos, pero no debido a su punto de vista parcial. Cuando se refiere a Rusia o China, por ejemplo, Harvey no evita llamarlos “estados autoritarios” (y esto es poco después de la llegada de Putin, pero todavía antes de la de Xi Jinping, por cierto). Por otra parte, dado que ha hecho de la “restauración” de clase su principal objetivo, Harvey se ve continuamente obligado a llamar a las nuevas élites Rusas y Chinas un caso de “formación” de clase. Creo que esto puede señalar un punto débil en su tesis, ya que sin un impulso conservador en su centro, el poder de clase, por muy antiguo o hegemónico que sea, ya no es exactamente lo mismo que lo que él llama hegemonía neoliberal. Y eso no es todo. El libro de Harvey también ha sido señalado por Chris Harman, otro reputado marxista nada menos, por ser inexacto en sus cifras. Por lo tanto, incluso si van a estar de acuerdo con Harvey, puede que sus lectores deban recurrir a fuentes complementarias para filtrar los errores.
Pero claro, todo lo anterior se vuelve especialmente delicado ante la pregunta de por qué Harvey decidió llamar a su libro una “breve historia”. Si hubiera escrito tal cosa (una especie de libro de texto informal, es decir), las minucias de sus referencias deberían tener sendos recuentos históricos al lado, y él no da muchos. El total de lo que dice sobre la Mont Pèlerin Society, por ejemplo, no supera lo que cualquiera puede encontrar en la página de información del sitio web de la institución. Tal enfoque podría considerarse adecuado para una columna de opinión (e incluso eso sería un error), pero simplemente no debería tener cabida en un trabajo histórico riguroso. En otras palabras, me parece que aunque Harvey no pretendía escribir un libro pedagógico, sí que se dirigía a un público universitario. En cierta medida, incluso lo hace abiertamente cuando llama a que “investigaciones” y “movimientos” lideren la crítica al neoliberalismo del mañana. Y sí, una crítica es efectivamente necesaria, pero lo es aún más que esta crítica vaya más allá de la visión deliberadamente simplista de Harvey sobre la relación entre países prestamistas y prestatarios. Esto porque, a fecha de 2022, sigue siendo el caso que estos dos tipos de países son perfectamente capaces de actuar de forma imprudente. Ambos deberían tener cuidado.
(*) Joaquín Tapia Guerra es crítico literario y cineasta.