Por Fernando García (*)
El Gobierno buscó e insiste simplificar la realidad a una relación binaria: ellos versus nosotros, amigo versus enemigo, etc. Un monólogo que cada vez cae en saco roto. Narrativa que no explica nada y, en el fondo, rechaza y resiste a lo real.
Por ello, su política fue y es simple e instrumental. Su lógica es ganar, ganar y ganar sin importar cómo: se ha dicho muchas veces «como en cacho lo que se ve, se anota».
Está racionalidad en sus acólitos causó sorpresa y admiración como rechazo y temor en los afectados. No percibieron que cada victoria electoral por imposición mayoritaria era, asimismo, una afrenta, un daño al prejuicio colectivo de vivir juntos.
La política derivó de una voluntad y espectativa colectiva de construir un nuevo Estado a simple gestión instrumental de hacer las cosas: de «hegemonía incompleta» a técnica de lograr resultados, de discurso de resolución de conflictos a uso combinado de fuerza y manipulación.
La eficacia decisional y no la manera de producir un resultado, fue lo que importó e importaba. No pensaron que los daños se acumulan, que las afrentas dejan huellas.
Subestimaron la dimensión intersubjetiva de la sociedad, la conciencia moral y la construcción de lo público; es decir, ningunearon la dimensión de los consensos y el espacio dónde lo político, el estilo de hacer las cosas, rinde cuentas sobre su facticidad y validez.
Pensaron que todo se resuelve con decidir y decidir sin establecer ni fijar limites. Por ello, primero la bulla y, luego, la revuelta y la disrupción. La gente se cansó del monólogo, de las mentiras y el cinismo.
(*) Fernando García es politólogo.