Por Quya Reyna (*)
“Cuando la sangre llama” es una frase que le robé al Wilmer, al referirse a las acciones de Yarita Lizeth frente a la crisis en Perú, comparando el silencio de Renata Flores y artistas peruanos que viven y facturan a partir de los indios y que resultaron ser indiferentes a las distintas movilizaciones y protestas del Perú profundo, del Perú cholo o del Perú serrano, tristemente calificado de terrorista, de horda, de ignorante. ¿Será porque viven del indio, pero ellos no se consideran indios? Y seguro con las masacres, se sienten bendecidos al no serlo.
Mientras tanto, una mujer que no necesita visibilizarse como una “antisistema”, que no necesita tatuarse al Che, que seguro nunca ha echado pintura roja a las iglesias, que no se ha puesto un parche anarquista en su chaqueta, que no ha grafiteado algún monumento y que ni es vegana nos ha enseñado más que los miles de “revolucionarios antisistema” que abundan en las clases medias mestizas y blancas. Cuando se está en crisis, se develan los verdaderos rostros y la “irreverencia política” como moda no sirve para nada.
Esta mujer es Yarita Lizeth Yanarico Quispe y es una famosa cantante juliaqueña y aymara, además de ser una próspera empresaria, al tener varios negocios como su hotel tres estrellas en Juliaca.
Estos días se la vio publicando en sus redes su indignación contra las masacres y la violencia de los militares y la policía peruana contra los que ella llama sus «hermanos”. Recientemente hizo una donación de 50.000 soles a las familias de las víctimas y a los heridos en Juliaca, facilitó su bus para que la población se trasladara a Lima, a la marcha de los Cuatro Suyos, además de donar víveres para los manifestantes.
A Yarita Lizeth, nuestra princesa aymara, lo que la llama a moverse es su sangre, es su procedencia, es su condición racial, su rostro, al identificarse con los rostros indios de los miles de protestantes y víctimas de Puno, Apurímac, Ayacucho, Huancavelica…, al llamarles “mi pueblo”, porque no se siente ajena a ellos.
La crisis en Perú la hizo retornar a lo indio, porque su rostro la delata como la aymara que es y ella no se avergüenza de eso. A ella la llama también una condición de clase, de la clase social a la que los indios en Perú deben estar sometidos desde la indiferencia y el racismo de sus gobiernos, porque alguna vez ella también tuvo que vivir desde la carencia, desde la orfandad y el dolor por haber perdido a un ser querido, como su madre, a muy temprana edad.
La llama también el dolor, ese dolor de alguien que procede y emerge desde el pueblo y siente igual que él, porque nunca se ha desvinculado de ese espacio y de esa condición, porque sigue asumiéndose como parte.
Me recuerda como el 2019, los que vivían de los indios bolivianos, a los que les gusta ganar haciendo cine sobre ellos, a los que les gusta ganar haciendo música sobre ellos y desde su cultura, a los/as artistas que dibujan cholas en sus cómics o diseños… no se manifestaron en ningún momento en contra de las masacres y la represión en El Alto y otros lugares del país. Incluyo también a grupos de folklore, chicha y de cumbia que callaron.
Tenemos tanto que aprender de Perú y de su gente que se organizó para repartir víveres a los manifestantes, mientras que en Bolivia se abrazaban y alimentaban policías y militares, justificando su accionar.
Mientras que los estudiantes de la Universidad de San Marcos en Lima tomaron sus instalaciones para albergar a los manifestantes que llegaban desde el sur peruano, el 2019 en la UMSA se albergaron a grupos paramilitares racistas y sus dirigentes universitarios no protestaron al respecto e incluso participaron en las marchas pititas, pero cuando llegaron sectores campesinos e indígenas a El Alto por la marcha de las Wiphalas, ni la UMSA ni la UPEA los apoyaron, se pronunciaron o tomaron sus universidades desde sus estudiantes ni dirigentes para abrirles las puertas a los manifestantes, y por eso tuvieron que alojarse en un colegio en Senkata, sin comida, ni una cama y ni un vaso de agua siquiera.
La autonomía universitaria en Bolivia es sólo para robar, nunca se asume esa condición como un medio político para generar acciones importantes desde la identidad.
¿Cuándo se blanqueó tanto La Paz si es un departamento colla? ¿Cuándo dejó de sentirse parte de ese pueblo vulnerado? ¿Cuándo los artistas en Bolivia dejarán de usar a los indios como simple objeto de explotación cultural? ¿Cuándo los artistas indios y los qamiris en Bolivia retornarán a su condición racial e identitaria?
Puede haber cuatro, cien… mil Maroyus en Bolivia si quieren, pero mientras haya solo una como Yarita Lizeth sería un gran avance.
Aquí una foto de la Yarita usando vestimentas de la cultura Yamparaez (departamento de Chuquisaca), por el cual tantos bolivianos la criticaron, pero ahora ella demostró ser más grande que este país.
(*) Quya Reyna es una escritora, comunicadora social y pensadora alteña, parte del grupo indianista-katarista Jichha y miembro del colectivo Las Martinas.