Por Guido Alejo (*)
El “modelo económico cruceño” es el más boliviano de los modelos, es decir, aparte del esfuerzo de su población y el sector privado, históricamente está ligado a la voluntad estatal; demandó planificación, asignación continua de recursos, políticas migratorias, fomentos impositivos, créditos, preferencias arancelarias, apertura de mercados, subvenciones y otras acciones que hicieron de Santa Cruz el mayor éxito de las políticas económicas de Estado bolivianas.
Sin embargo, este modelo también aqueja de los defectos que caracterizan a gran parte de la economía boliviana, como su carácter extractivista y la flexibilidad normativa fruto de la ausencia de institucionalidad. El humo cíclico presente en gran parte del país, a causa de los intensos chaqueos, es un legado de su carácter depredador e insostenibilidad ambiental. Hoy se escuchan numerosas voces que exigen “corregir” el modelo, ojalá tales exigencias puedan prosperar…
Si se necesitan políticas de Estado similares a los aplicados a Santa Cruz, es para superar el extractivismo y fomentar otros modelos económicos que sean sostenibles, acordes a la realidad de las mayorías y potables en la informalidad. Se necesitan fomentar más polos de desarrollo en el norte y sur boliviano, en el Altiplano, el Chaco y la Amazonía (en algún momento expuse el horizonte de una “Bolivia Multipolar”). En este sentido y tomando en cuenta las proyecciones económicas en otras regiones del país, es bueno cuestionarse ¿en qué otro sector del país se generó un polo de desarrollo a pesar del poco o nulo apoyo estatal?
Un ejemplo ineludible es la ciudad de El Alto, que en los 90s era conocida como la ciudad más pobre del país. A pesar de cobrar peso político en el periodo post-octubre de 2003, no recibió incentivos económicos comparables a otras regiones; pese a ello, en 2015 superó a Cochabamba en el aporte al PIB nacional con un 7% (PNUD), llegando a 9.1% en 2021 (GAMEA, ONU HABITAT) y posiblemente a más del 10% en la actualidad. A la par de este ascenso se visibilizó el grupo social “qamiri” como élite económica y sociocultural, demostrando que se podía superar la pobreza y generar riqueza en medio de la informalidad y ausencia de apoyo estatal.
La lógica extractivista pierde sentido en una región carente de recursos naturales y tierra fértil, por lo que se tiene la oportunidad de forjar otras potencialidades económicas. Retomando el caso de El Alto, el espíritu aymara contemporáneo de superación continua, halló en el comercio y la manufactura los medios para sobrevivir y posteriormente acumular capital. Se forjó un espíritu del trabajo y un emprendedurismo, a menudo precario pero potente, acompañado de una visión de “ciudad industrial” aún inconclusa.
Muchos vieron y ven más en el potencial alteño. En los 90s, economistas como Mahbub Ul Haq, sugirieron al gobierno de Goni que se invirtiera en El Alto: “ese es el futuro de Bolivia porque esta gente -si ustedes invierten- en 10 años va a estar exportando electrónica, eso es lo que yo encontré en Corea en los años 50s”. Hoy, aún se vislumbran la robótica artesanal, el desarrollo de hardware en medio de la precariedad. En esta ciudad no se sueña con parecerse a Miami o New York, sino a Seúl o Shenzhen, en ser un “Tiwanaku contemporáneo”, un “Tiwanaku Moderno”, la posibilidad de ser un Hub tecnológico a largo plazo está latente.
El “otro” modelo económico debe superar el extractivismo, aglutinar enfoques como el de la economía naranja y economía circular, pero sin dejar de lado las expectativas e imaginarios sociales relacionados a la economía. En el caso de El Alto, aún está vigente el imaginario de ciudad productiva e industrial, así como representaciones estéticas de alta tecnología, complementarlo con nociones de sostenibilidad ambiental, eficiencia energética, innovación y creatividad es factible. Existen potencialidades aún no aprovechadas en esta ciudad y otras regiones, que esperan a ser abordadas con seriedad y compromiso.
Mucho depende de la voluntad política, de políticas de Estado similares a las que promovieron el modelo cruceño, pero enfocadas en aprovechar otras potencialidades bolivianas, las que se basan en las habilidades y proyecciones de la población, es decir, invertir en la gente más que en la economía extractivista, una transformación necesaria en pos de la sostenibilidad ambiental y preservación de un mundo a legar a las próximas generaciones.
(*) Guido Alejo es arquitecto y analista. guidoalejo.wordpress.com